“¿No puedes tocar algo más alegre?...¿No puedes ser normal”, impugna con dolor el padre de Hera, la jovencita blackmetalera de Metalhead (2014), luego de que el dolor por la muerte de su hermano recayera en un odio extremo al cristianismo y a sus instituciones. No, el Black Metal celebra en clave de misterio, desolación, paisajes en blanco y negro atravesados por eclipses rojos, por premoniciones y abismos que los espíritus adolescentes (aunque el rango etáreo de El Teatrito, esta noche, lo desmienta) que combaten la evangelización como forma de vida, como modo de producir una vida. No es solo una estética, dirá reiteradamente Erik Danielsson, líder y frotman de Watain, sin ir más lejos en la entrevista para WYWH: es una política. Watain expresa el discurso del Black como el sincretismo entre satanistas de la ola “comercial” o ambigua del metal (desde aquellas cruces de Sabbath entre “War pigs” y “Black Sabbath” hasta el mamarracho de “Shout at the devil” de Mötley Crue, y el más logrado historicismo o descriptivismo historiográfico de Dickinson en “The numbre of the beast”) y luciferinos militantes. De celebrar el Grammy en la categoría “Best Hard Rock” (sic) en 2011 y, en palabras de Danielsson, que el Black “empiece a ser tomado en serio”, es decir, que un premio del mainstream avale años de militancia anti cristiana, muertos, asesinatos, largas experiencias carcelarias (preguntémosle a Vickernes de Burzum, a ver qué opina sobre ganar un Grammy en nombre de Euronymous y Jon Nödtveidt); de ese momento tan contradictorio y crucial en la historia del género y de Watain, a las lecturas profundas y radicales atesoradas por las experiencia de Danielsson con Dissection en 2005. Quizás, el legado de Watain cargue con el lomo cansado de esas más de cincuenta iglesias ardiendo, de compañeros que quedaron en el camino, y de otros predicando en la cárcel.

En el documental Until the lights takes us (2009), Varg Vikernes (ex Burzum, asesino confeso de Euronymous, madre y padre de la primera ola del metal noruego, con Mayhem y Bathory a la cabeza, sin duda) lee a la perfección el devenir de aquellas primeras obras del Black noruego en el sentido de pensar una trascendencia al satanismo new age que algunas bandas predican (Inmortal, y todo lo que el propio Abbath produzca, por ejemplo). Vikernes reflexiona sobre el carácter anti capitalista y anti-yankee de esa primera ola y cómo, lentamente, el mercado y sus sellos discográficos, sublimaron la lucha por el paganismo o la redujeron a una matriz estética inocua. Un loop que ahora sirve para pensar en voz alta sobre el carácter social del Black. Si el odio-reflexiono con Vikernes a razón de que más de un blackmetalero levante una oración para que Satán regrese y me viole rudamente (como lo piensa Jack Black en el film de Tenacioud D)- solo engendra voces atmosféricas que reclaman a la deidad reivindicándose como lo mejor de la tradición blackmetalera, el afán de vanguardia y de auto designación han cedido a las órdenes del mercado. No hay historia ni ADN luciferino que aguanten semejante bajada de pantalones.
Watain llega a la Argentina en este contexto, entre las presiones por mantener en alto las enseñanzas de los hermanos “caídos” y la inteligencia para no ceder ante las visiones vulgares de las líricas satánicas que reclaman presencia, la misma presencia que un cristiano ante su altar. Ni la parafernalia de Ghost, invocando un sacerdocio de una iglesia satánica que se pelea por las regalías de las compañías multinacionales para vestir Louis Vuitton, ni el termómetro de sangre de los Deicide, a ver quién se corta más en vivo y recibe alguna gracia de la deidad maléfica. Watain ofrece una relectura interesante de la versión crítica de la Biblia Satánica de Anton LaVey, un recorrido crítico por las corrientes o las órdenes de mera adoración a satanás (que en palabras de Matt G. Paradise, uno de los ensayistas más brillantes de los estudios demonológicos, no es más que un “cristianismo a la inversa”) y un sincretismo en el plano teórico: zoroastrismo, tradición greco-romana, hinduismo, etc.
Este trabajo explotó con altura y prolijidad en el escenario de El Teatrito, previo al rally despachante de bandas nacionales (que empezaron quince minutos antes del horario difundido por los organizadores), entre las cuales se destacó Hermon y su siempre novedosa performance poética a cargo del poeta del Lácar, Jeremías Vergara. Le siguieron Nuclear Sathan, Espiritismo, Metal Negro y Demiurgo, con un sonido horripilante que sacó más de una puteada al viento. Un fanático, que luego osó abrazar a Danielsson en “The child must die” (The Wild Hunt, 2013) y terminó arrojado por el propio cantante hacia la primera fila de soldados (esos que se saben los temas, claro está), gritaba a un sonidista invisible: “Subile la guitarra al cantor”. Después nos quejamos, entre los miembros de esta iglesia del metal argentino, de los serios problemas de sonido de las bandas locales. Demiurgo representa a una de las bandas más fieles al sonido de Burzum que yo haya escuchado en la historia del Black Metal argentino, pero, como suele suceder, las bandas locales deben repartirse la miseria.

Aún sabiendo que Watain iba a recorrer casi completa su última placa Trident Wolf Eclipse (2018) y que la performance del show (iluminación y escenografía) se limitaría al “presupuesto” del “Latin American Tour”, hay que sacarse el sombrero por la excelente puesta en escena y omitiendo, desde ya, la escasa concurrencia. Danielsson no paró de agradecer a su público, sobre todo a los que están en “primera línea”, esos que celebraron cuando sonó Casus Luciferi (2003), y ante las banderas ondulantes del tridente, “Nuclear Alchemy” los levantaba junto a aquellos que adoptaron a Watain por el sonido thrashero y vertiginoso de su última placa. A la marchanta quedó esa esperanza de escuchar la voz limpia de Danielsson en “The rode On” o las evocaciones proféticas-en sueco- del caminante del ejército de Satán (concepto metacolectivo que suelen utilizar en sus líricas) de “Antikrists Mirakel”. “Furor Diabolicus”, “Sacred damnation” y “Towards the Sanctuary” fueron los temas más celebrados de la última placa, y quizás los que conforman-ternariamente- un universo de espera o regreso, siempre en el plano lírico (vital para el universo conceptual de estas bandas), de un arquetipo satánico. Nunca es Satanás, será en todo caso “Malfeitor” (Lawless Darkness, 2010), luego de que las armonías ceremoniales anunciaran el nacimiento de un anticristo superador del hombre, en el sentido nietzscheano, un hombre animalizado, devenido en bestia, y como lo recita Danielsson, con perversión sacra: “...la imagen de mi falo/moja los labios de Shekinah”. No faltó lugar para arrimarse a la tranquera con “Death's cold dark” y un tributo rabioso a Bathory (cuyas remeras estampadas ganaron por goleada en el crisol de bandas con logos ilegibles, fiel al criterio estético del género).

Es la primera de, imaginamos, muchos otros regresos de los muchachos de Uppsala a nuestro país. Los ojos de Danielsson, pese al maquillaje, me permitieron ver otro sentido de gratitud que suman fichas para imaginarlos nuevamente en Buenos Aires. En sus ojos radiografiaba aquello que él odia pero que es una cruel realidad: el Black Metal será siempre un género de resistencia, y con soldados muy selectos. En términos luciferinos y eclesiásticos: la Alien Elite de cualquier orden. Él sabe que, volviendo a Dio, The Devil You Know. A los guerreros de la primera fila, a ellos los saluda, los celebra, los scanea con ese sentimiento de quienes aguantan más porque son menos (Iorio Dixit).