Su recorrido por las mieles de la escena no ha sido sin inconvenientes, pues múltiples cambios de formación han ocurrido desde sus inicios en el año 2000 hasta el momento. El cambio más resonante sucedió en 2013 cuando anunciaron en su página de Facebook que la formación de ese momento se disolvía, quedando únicamente el miembro fundador y director de Napalm Records, Thomas Caser en la batería; la razón que se sostuvo en ese momento fue que las diferencias musicales los llevarían a tomar caminos diferentes, ya que la banda, estaba buscando volver a su sonido y concepto más clásico, con claras influencias de Nightwish y retornar a temáticas vinculadas al mito de la Atlántida. No obstante, una particularidad que siempre fue distintiva fue la combinación de voces femenina y masculina con equivalente protagonismo, que los acerca más a bandas como Lacuna Coil. Además, con el pasar del tiempo y tras los diferentes embates de los cambios de formación, su estilo fue tomando cada vez mayor definición, alejándolos de la influencia primigenia de NW. En aquel momento de quiebre de 2013, Thomas quiso reunir una banda para hacer un último disco a modo de despedida, pero se encontró con el favor del público y una consolidación de la banda que llevó a nuevas composiciones y giras, infundiendo de vitalidad al proyecto.
En definitiva, tras incontables cambios y vicisitudes, la formación que se presentó sobre el escenario del Teatrito fue: Thomas Caser en la batería; Herbert Glos (Dragony) en bajo, quien integra VOA desde 2017; Christian Dousha en Guitarra, quien también ingresó en 2017; desde el 2013 se suma en las voces la excelsa cantante francesa Clémentine Delauney (Exit Eden - ex Serenity) y, la más reciente incorporación de fines de 2018 el sorprendente italiano Michele Guaitoli (Temperance) en las voces.
Las bandas encargadas de hacer el precalentamiento, todas con buenas propuestas para los amantes locales del género, fueron los rosarinos Silverheart, luego Slania, para dar lugar a continuación a Escapist, quienes se destacaron incluso experimentando algunos problemas de sonido, y entregaron un set enérgico dejando a la concurrencia ávida de metal sinfónico.
Hacía bastante que no iba a ver un show del estilo, y sí, “disfrutar” es la palabra que mejor describe lo vivido en el concierto, pues la agrupación austríaca sorprendió por su alto nivel musical y su excelente relación con la audiencia. Fue un concierto en el que se vivió un estrecho vínculo entre artistas y audiencia, rompiéndose la “distancia” que separa el escenario del piso y se sintió más como una reunión de amigos de años que una primera visita de una banda a un país lejano. Los asistentes vivimos un entretenidísimo show, con especial mención para el carisma de la dupla vocal, y obtuvimos una noche en la que la constante fueron las sonrisas: intervenciones divertidas entre temas, bromas entre los miembros con la complicidad de los espectadores y una propuesta musical de muy buena calidad.
The Deep & The Dark ha sido señalado como uno de sus mejores discos hasta el momento, en el cual ese retorno a los mitos de aquel oceánico imperio perdido los acerca también a temáticas más vinculadas con las búsquedas espirituales de sentido en un contexto de crisis global e individual: las letras de este último disco de VOA evocan metafóricamente a la isla Atlántida y su caída, expresada por el filósofo Platón, quien en sus diálogos Timeo y Critias cuenta cómo era la vida basada en leyes de ese imperio cuyo ataque Atenas supo resistir y cómo aquél pueblo atlante fue castigado por los dioses a causa de su soberbia; y así, con letras como “The Silent Mutiny” se puede establecer un cierto paralelismo con una humanidad decepcionada y en crisis, que es invitada a navegar hacia la libertad.
El setlist escogido da sobradas muestras de la confianza que la agrupación tiene en este último trabajo ya que fueron ocho las canciones de The Deep & The Dark presentadas, que conformaron el cincuenta por ciento del show; el comienzo con el track que da título al disco, los festajados por la concurrencia con “Book of Nature”; “Words of War” y el cierre con “Return to Lemuria” parecieron confirmar esa confianza; durante esta última canción Clémentine, emocionada, bajó del escenario acercándose a la valla de contención para cantar junto a la gente en un abrazo musical que será recordado por todos. El recorrido por su trayectoria ocupó la otra mitad del setlist, con cuatro temas de Trinity (2007), destacándose “Through My Eyes” y “Seven Seas”; dos de Delta (2011) “Memento” y “New Dawn”; y otros dos de Cast Away (2004) “Lost” y “Last Shut of Your Eyes”, durante éste, Clémentine se fue a buscar una camiseta de la Selección Argentina con la 10 y su nombre en la espalda, gesto festejadísimo por los espectadores.
En un momento, se manifestaron sorprendidos y halagados por la “locura” argentina en forma de pego y mencionaron que jamás habían visto que eso sucediera en sus shows, ya que no es algo muy común en el estilo. El final fue sobrecogedor, con un “olé, olé” inagotable, la despedida duró más de diez minutos con ellos sobre el escenario, agradeciendo, levantando la bandera argentina con el nombre de la banda de un chico del público, filmando lo que sucedía debajo desde sus teléfonos personales, agarrando varios teléfonos de los concurrentes para sacarse fotos y devolverlos, y algo fuera de lo común: se acercaron a saludar a casi todos los que estábamos ahí cerca, estrechándonos las manos y dando algunos besos de agradecimiento. Se notaba que no querían que la noche repleta de sensaciones llegara a su término, y finalmente, con los ojos lacrimosos, sorprendidos y emocionados de los miembros de la banda, se dio el adiós, que seguramente no será definitivo y los volveremos a ver en estas latitudes.
Si bien la convocatoria no fue grande, ya que el Teatrito no estaba colmado, ese vínculo con el público que se alcanzó fue suficiente como para dejar a todos con ganas de más: a los asistentes seguramente les hayan quedado ganas de volver a ver una banda que no sólo puede dar un show de calidad, sino que puede también expresar cariño, calidez y gratitud durante su concierto; y a la banda con la voluntad de volver a encontrarse con un público que coreó sus nombres en cuanta oportunidad tuvo, festejó sus bromas a carcajadas y disfrutó su música en plenitud.
Es muy importante señalar que cuatro fueron las bandas que se presentaron en el Teatrito y de ellas, tres contaron con poderosas mujeres cantantes sobre el escenario. Si bien es cierto que una característica distintiva del ámbito del metal sinfónico es el contar con voces femeninas, el contexto histórico en el que estamos inmersos y las recientes nefastas declaraciones de conocimiento público cuestionando el talento de las artistas femeninas, nos obliga y nos exige pensar en que hoy en día nos encontramos con una escena del metal en donde cada vez más vemos mujeres empoderadas, que a base de talento y empuje contra la corriente, están dando cuenta de la apropiación de un estilo musical típicamente dominado por varones y por la virilidad. Vale aclarar que, por supuesto, no es privativa del metal sinfónico la presencia femenina en los escenarios, también en las variantes más extremas del metal reparamos en interesantísimas artistas como por ejemplo Tatiana de Jinjer o Masha de Arkona, y bandas íntegramente formadas por mujeres, como las brasileñas Nervosa.
Esta notoria e imponente apropiación del género expresa a la vez un rompimiento de estereotipos y una creciente apertura del metal como género musical. Y, justamente, no es casual que justamente sea en las voces donde se da la mayor cantidad de mujeres haciendo música metálica, ya que el grito de las mujeres reclamando espacios de los que históricamente fue relegada está cada vez más vigoroso. A través de la voz las mujeres del metal van encontrando su propio manifiesto, desafiando los roles tradicionales de delicadeza y obediencia impuestos sobre ellas, y van deconstruyendo los estereotipos viriles que el metal reproduce.
Esta deconstrucción nos exige que atendamos a las formas en cómo las mujeres artistas son juzgadas y a la “medición” de su talento, ya que, por un lado, las mujeres músicas tienen que estar permanentemente demostrando sus habilidades interpretativas o su capacidad instrumental para ser tomadas en serio, siendo pocas las reconocidas; por el otro, aparecen, además, los juicios y críticas en torno a su condición de mujer, sus cuerpos, sus vestimentas y su disponibilidad sexual. Esta deconstrucción nos evidencia también que vamos camino a dejar de pensar que el hecho de que haya mujeres sobre los escenarios metálicos sea algo exclusivo para algunas “dotadas”, o que sea sorpresivo y anecdótico cuando alguna de ellas se desempeña “lo suficientemente bien para ser una mujer”; y a la vez, reivindica el hecho de que, desde el metal, las mujeres alcen su voz y griten para transgredir dentro de un género musical y una sociedad que las ha mantenido oprimidas y marginadas, liberándose así de aquel rancio silencio impuesto por la historia.