Desde el inicio con la correspondiente presentación de Zorn a cada uno de los músicos para rápidamente dejar el escenario (tomando al pie de la letra su rol de director jamás ejecuto un instrumento durante toda la noche) la idea fue abrir el panorama musical hacia extremos impensados. A pesar de que se ejecutó de manera íntegra el último disco de la banda “Templars: In Sacred Blood” (una suerte de alegoría de la historia de Los Templarios mezclada con referencias a sutiles a Aleister Crowley, Antonin Artaud y Edgard Varèse) nadie fue capaz de encontrar el hilo musical que liga al disco con lo visto en el escenario. Moonchild es algo distinto, una tensión musical que surca espacios incomprensibles que buscan derribar todos los prejuicios y estereotipos que uno lleva arraigados en el interior
Desde el punto de vista musical, literalmente se transitaron estos extremos de una manera vertiginosa e incansable. Desde armonías hasta desarmonías, cortes abruptos, potencia, velocidad, pasando por recitados medievales, susurros y cientos de cosas más, este oxímoron que es Moonchild no dejó espacio que transitar o cubrir donde cada músico pareció exigirse al máximo de sus posibilidades.
Moonchild es algo distinto, una tensión musical que surca espacios incomprensibles que buscan derribar todos los prejuicios y estereotipos que uno lleva arraigados en el interior.
Tal vez Mike Patton haya sido el más aplaudido por tener que salirse de su canon habitual. Capaz de sostener la propuesta utilizando gritos, susurros, recitados en latín entre otras variantes se lo vio concentrado y con el talento suficiente para amoldarse al grupo resignando su caudal vocal para convertir su garganta en un instrumento sonoro de sensaciones extremas. John Medeski en hammond utilizó una serie de colchones armónicos y melodías para sostener la atmósfera de la propuesta algo que se perdía en las explosiones sonoras que transitaban las canciones. Joey Baron en batería y Trevor Dunn en bajo tuvieron la difícil tarea de poner en funcionamiento sus recursos para sostener el caos. El primero mostrando una variedad de recursos impensados, el segundo construyendo espacios sonoros que aportaban solidez y pesadez al caos creativo reinante.
Para el final la vuelta de Zorn para realizar dos improvisaciones guiadas pareció una prueba que esta propuesta no tiene límites. Hay que reconocer que no es para cualquiera y que resulta difícil de seguir. Tal vez sea un espacio de ruptura musical. Si lo es, que siga su camino con libertad.