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Precisamente la idea de Olympica es la de traer al presente la historia un grupo de deportistas olímpicos que intentan reencontrarse con un pasado que evidentemente han perdido. Sus días de gloria han quedado en el olvido, un olvido que evidentemente produce un desdoble entre el recuerdo de lo que fue para ellos y lo que suponemos que fue para nosotros, los espectadores, que durante gran parte de la obra intentamos desentrañar que es lo que está pasando en el estricto sentido de la palabra. En el medio, sucede una obra en que a través de pequeños momentos (algunos de alta intensidad cómica y otros de alta intensidad dramática) hay un búsqueda permanente de un pasado que no existe, simplemente porque el mismo transcurrir del tiempo ha hecho que se convierta en algo efímero.
"Hay un sabor agridulce que sobrevuela el ambiente, tal vez porque esos personajes podrían ser tranquilamente cada uno de nosotros".
En un contexto de acciones que parecen no conducir a ningún lado (pero en realidad lo hacen con cierta claridad) y que además están en permanente tensión física y visual (golpes, caídas, movimientos de objetos, etc.) la interacción de los cinco protagonistas Luciana Acuña, Luis Biasotto, Edgardo Castro, Gabriel Almendrós y Fernando Tur; se construyen en función de la tensión entre el pasado y el presente, evidentemente ligado a la muerte (en relación directa al ya no ser) que después de todo muestra no solo la finitud de estos artistas sino también la de los seres humanos que sufren el deterioro físico, mental y personal del paso del tiempo.
Utilizando la música (excelentemente elegida o creada especialmente según sea el caso) como un modo de ruptura espacio temporal de las distintas situaciones, la situación autorreferencial se hace presente explícitamente en el momento en que Biasotto nos interpela directamente como público para decirnos “hasta acá, esto es lo que era” rompiendo la distancia entre el actor – espectador (evidentemente incluso ellos mismos como actores interpretan la obra de una manera radicalmente distinta al momento en que la presentaron por primera vez) y abriendo el juego para situaciones surrealistas que liberan sin problemas la risa del público en escenarios desopilantes como el sketch de los enanos (solo por citar alguno de ellos).
En definitiva Olympica desde distintos pasos de comedia (contrastados con el drama que funciona como telón de fondo) busca iluminar (otra cuestión clave es el trabajo de iluminación que propone la obra entre la sutileza y el exceso al igual como los personajes) la tragedia de estos personajes que puede ser la de cada ser humano sin capacidad de sobrevivir el presente, dejando atrás el pasado y el olvido. Hay un sabor agridulce que sobrevuela el ambiente, tal vez porque esos personajes podrían ser tranquilamente cada uno de nosotros. Krapp desde su mismo nombre (sonoro y cacofónico al mismo tiempo) busca reproducir o dar inicio al ruido de ruptura que se genera desde el escenario hacia el espectador. Olympica lo logra, hay algo que se rompe en la historia de los personajes y fundamentalmente, en nosotros. Objetivo cumplido.