Martes 06 Jun, 2023

Como el Sahara, pero con blast-beats

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Crónicas | Nile
Como el Sahara, pero con blast-beats
Texto: Pablo Gabriel Krause | Fotos: Daniel Albornoz
Mar, 17/12/2013 - 21:30
The Roxy Live ?

Nile desembarcó en Buenos Aires con una térmica de casi 40 grados. Sin embargo, su primer parada en estas tierras tuvo un Roxy colmado a pesar de la agobiante temperatura.

Es probable que el mes de diciembre de 2013 sea recordado durante años venideros por lo insoportable de sus temperaturas, con un sol capaz de rajar la tierra y una sensación térmica por arriba de los 30 grados incluso ya entrada la noche. No es casualidad que gran parte de los muchos que se acercaron al Roxy Live de Palermo para presenciar la primera visita de Nile a nuestras tierras estiraran lo máximo posible su entrada al lugar, para intentar calmar la sed en algún kiosko cercano a pesar de que el aire en la vereda pareciese no moverse jamás.

Adentro no cabía un alma: tan pronto como se traspasaba la puerta de entrada al que sea hoy probablemente el lugar con mejor garantía de sonido a la hora de shows internacionales, uno no lograba dar más que un par de pasos antes de toparse con una pared de gente que aguardaba la salida de los de Greenville. La proximidad de los cuerpos no hacía más que aumentar el ya agobiante calor y los equipos de aire acondicionado no eran capaces de dar abasto.

Mientras los norteamericanos toman el escenario y hacen su presentación en sociedad ante el público argentino de la mano de “Sacrifice Unto Sebek”, mil y un gotas de transpiración recorren las caras y los cuerpos agolpados, a la vez que una serie de jeroglíficos se proyectan sobre la pantalla en el fondo del escenario. Difícilmente alguien hubiese podido planear una ambientación más acorde a la del desierto del Sahara.

Es curioso, porque en un estilo al que se le suele achacar lo ininteligible de sus líricas, Nile ha logrado (en gran parte) hacerse de un nombre gracias a sus letras. El rubio Karl Sanders (guitarrista, fundador y una de las voces) se ha basado durante toda su carrera en relatos del Antiguo Egipto y así logró darle a su banda una identidad más allá de la contundencia de sus riffs y la precisión de sus ejecuciones. Según él mismo confesara, la fijación de Sanders con las historias de los faraones y las pirámides viene desde su niñez, aunque nunca estudió formalmente sobre el tema, sino que simplemente toma como inspiración sus lecturas. Sea como fuere, la idea terminó de cerrar a la perfección con sus composiciones y le dio a Nile el vuelo distintivo que lo acabó transformando acaso de la última gran banda de Death Metal hecho y derecho.

“Mientras los norteamericanos toman el escenario y hacen su presentación en sociedad ante el público argentino de la mano de “Sacrifice Unto Sebek”, mil y un gotas de transpiración recorren las caras y los cuerpos agolpados…”

Sin embargo, hay un antiguo proverbio que reza “hechos, no palabras” y Nile demostró en vivo y en directo que tienen su reputación bien ganada. Si bien el sonido fue de menor a mayor a lo largo de la noche, la ejecución de Sanders y los suyos fue siempre arrolladora. Con un previsible protagonismo del baterista George Kollias, cuyo despliegue acaba tarde o temprano por llevarse todas las miradas, el cuarteto demuestra un ensamble ajustadísimo a la hora de llevar a las tablas sus intrincadas composiciones. Tanto las manos de Sanders como las del ahora calvo Dallas Toler-Wade se mueven sobre los mástiles de sus guitarras en perfecta sincronización con los dedos de Todd Ellis en el bajo, mientras los tres van alternando sus voces con mayor o menor protagonismo (Toler-Wade lleva la voz cantante, mientras que Sanders aporta la mayoría de los matices y los coros corren por cuenta del bajista).

El calor permite algunas humoradas de los músicos para con el público (“¿Están tomando cerveza? ¡Sino no nos pagan!”) y convierte en verdaderos intrépidos a quienes se animan a la ronda de pogo, mientras deja sus huellas visibles en la transpiración de los que están sobre el escenario (con Sanders a la cabeza, por razones obvias de volumen corporal).

El reloj marca una hora clavada cuando termina “Black Seeds of Vengance” y el grupo se despide sin demasiado preámbulo. Hay algunos que esbozan algún descontento dubitativo por lo acotado de la presentación, pero lo cierto es que el desgaste físico que implica la música de Nile (por velocidad, por técnica, por brutalidad) hace que esté dentro de lo imaginable. Uno o dos bises no hubiesen molestado, pero la entrega ha sido incesante y avasallante, por lo que no tiene sentido detenerse a sobreanalizar. Como una verdadera plaga, Nile se ha llevado todo a su paso. 

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