La leyenda del stoner rock nos enseñó que no es necesario palabras para contar historias.
La leyenda del stoner rock nos enseñó que no es necesario palabras para contar historias.
A veces la música es eso: música. Cuando esto sucede no parece ser necesario incorporar palabras. Aparecen las sensaciones, las maneras de sentir y de ser. El mismo sonido, eleva transforma y propone un viaje al mundo interno del ser humano. Allí no hay límites o aquellos límites que parecen infranqueables son derribados. Allí uno se sorprende y encuentra algo nuevo.
En vivo Los Yawning man (Gary Arce en guitarra, Mario Lalli en bajo, Bill Stinson en batería) funcionan como una unidad única e indivisible. Cada uno aporta lo suyo en función de un todo que se convierte en aquella orquesta de desierto que todos imaginamos alguna vez. Hay canciones con nombres ambiciosos “Sand Whip” o “Manolete” mezcladas con todo lo que tiene que tener ese rock arenoso y acalorado: groove, mucho cuelgue y zapadas en el medio de un clima general donde una estructura bien clara de rock pesado domina el ambiente.
A lo largo del set nos damos cuentas de algo: no solo la unidad sostiene a los Y.M. Uno puede jugar a centrar la atención en cada uno de los integrantes y entender su aporte al todo. Mario Lalli juega con su bajo a liderar la melodía hasta hacernos entender que sus cuatro cuerdas pueden susurrarnos o gritarnos algún sonido que rápidamente se convierte en una sensación mántrica. Gary Arce propone en el ritmo simple y hasta por momentos cansino de su guitarra un estado de paz. Nada parece perturbar su idea de que el valor de su instrumento está en entender el diálogo intenso que realiza con el resto. Sus seis cuerdas aportan una voz clara y decidida, tan crucial como brillante. Bill Stinson tiene la difícil tarea de energizar las composiciones desde los parches. Su despliegue es notable, enérgico y sostenido. Sin su presencia sosteniendo la estructura es difícil pensar la actualidad del trío.
A la altura de “Catamaran” (aquel cover que hizo famoso Kyuss) uno puede entender que el show se sostiene monolíticamente en la música, por lo que la palabras (en este caso para describir un paisaje digno de cualquier isla del delta de Tigre) suman sentido tan arbitrariamente como solidariamente. En este caso suenan hermosas. En otros son perfectamente prescindibles.
El final con “Draculito” junto a dos extensas versiones de “Ground Swell” y “Blue Foam” sirve de parámetro para lo vivido: sin palabras hay música. Yawning Man puede relatarlo. Nosotros agradecidos.