La banda gótica alemana, Lacrimosa, sacó a pasear a su último disco por los pagos del sur. Los recibió Vorterix el pasado 10 de diciembre. Otra excusa para volver: 25 años de carrera.
La banda gótica alemana, Lacrimosa, sacó a pasear a su último disco por los pagos del sur. Los recibió Vorterix el pasado 10 de diciembre. Otra excusa para volver: 25 años de carrera.
En la última cobertura que preparé para esta revista, me entregaron en mano uno de esos papelitos impresos de ambos lados con las próximas bandas que tocarían en Vorterix. Yo salía del Stoner Fest y empujada por volutas de humo llegué a la puerta con ese souvenir: el volante tenía en primer plano la tapa del último disco de Lacrimosa, Hoffnung, un payaso hermosamente triste, con nariz gris, cara pálida y pelo negro. Un payaso sin sonrisa, un desertor de la escuela de Ronald Mc Donald. Mucho de esto tiene que ver con lo que nos encontramos el jueves 10 de diciembre en Vorterix.
Pasadas las 20:30hs la tela que descubrió el escenario dejó que se vieran otros telones blancos que cubrían los instrumentos. Parecían pequeños altares. Uno a uno entraron los músicos, Tilo Wolff y Anne Nurmi, vocalistas de la banda, fueron los más ovacionados. Wolff sobre todo respondió con sonrisas al “Tilo, Tilooo” que se escuchó varias veces durante la noche. Cuando cada uno se acomodó y se veían a través de las telas sus siluetas, todo se tiño de un azul estridente que los puso en foco. “Lacrimosa Theme” arrancó la lista. Hablemos por un rato de impresiones, de sonidos y sensaciones que nos penetran a través de la escucha en vivo y quedan impresos aun cuando el recital termina, y estamos afuera con los oídos como sumergidos en una pileta. Si de impresiones se trata, Lacrimosa sabe lo que hace. Moria Casán se encargó de arruinar la palabra “histrionismo” y convertirla en sinónimo de vulgaridad. Festejo entonces que mucho de lo que susurra en la música y en el arte se encargue de rescatar al histrionismo, de devolverle maneras de ser que se escapen de la publicidad mediática. Tilo tiene una voz increíblemente colorida. Se pasea cómodo por ambientes de soledad, esperanza, tristeza y repliegues. Mientras construye y tira abajo cada paisaje, acompaña a los instrumentos con las manos pero supera a las guitarras eléctricas en el aire y los golpes de batería que todos sabemos hacer en soledad o con auriculares en el colectivo. Juega con las manos que acompañan la voz. Ver eso es como asistir a un show de marionetas sin marionetas. De histrionismo hablaba y de eso sobró. Hubo sincronización perfecta entre los juegos de las manos aéreas de Tilo y las manos rápidas de Henrik Flyman y Jay Peter Genkel en guitarras. Ambos se tomaron un recreo y se pasearon entre el público. Cerveza en mano, aceptaron fotos y abrazos.
La voz de Anne en la intro de “Kaleidoskop” fue festejada por todos, a la vez que la construcción de ese caminito de sonidos dulces se hacía pedazos segundos después a medida que el tema avanzaba.
Esa noche fue de bastones. Fuera del Vorterix el traspaso del bastón presidencial entretenía a todos. Dentro de Vorterix, Tilo cantó sentado por una lesión (detalle que quedó en segundo plano porque su voz y sus manos jugando con las notas en el piano, en una guitarra y en el aire lograron distraernos hasta la medianoche). Cuando se paró y en pleno arengue casi revolea su bastón, la noche ya había entrado en calor. Siguieron “Crucifixio”, “I Lost My Star in Krasnodar”, “Feuer”. Las luces acompañaron la alternancia entre la voz de Anne y Tilo.
Lacrimosa se tomó la noche para representar lo que el volante prometía: Esperanza (traducción de la palabra alemana que titula el último de sus discos) y tristeza (esa expresión insistente en la cara del payaso).