Superando un sábado de horrible condición climática, una legión variada en edad y composición desafió la llovizna para colmar un Teatro Vorterix como uno poco podía imaginarse. Estaba claro que los nombres de los músicos pesaban, mucho más por su experiencia e historias individuales que por el supergrupo en sí, que es relativamente joven. A primeras, y ya con su segundo disco, Hot Streak, bajo el brazo, parece que se van consolidando como algo más que un divertimento para pasar el rato y salir de gira. Los talentos unidos del baterista Mike Portnoy, el guitarrista y cantante Richie Kotzen y el bajista Billy Sheehan tendrían que alcanzar para conformar algo bueno. Afortunadamente, la noche pareció confirmar que el todo es mucho más que una sumatoria de partes, y que la guerra de egos monstruosos que podría haber entre músicos de semejante calibre, se presenta de una forma amigable en donde cada uno aporta lo suyo y ayuda a que el otro brille bajo el reflector al mismo tiempo.
Anticipamos un Vorterix repleto hasta el techo, y ante semejante panorama los tres jinetes se hicieron presentes sobre el escenario para dar un show que se prolongó ni más ni menos que por una hora y meda exacta. La puntualidad fue excelente, pero el sonido en el arranque no tanto. Lo bueno es que dicha situación fue corregida de inmediato, y habrá durado la mitad del primer tema, titulado “Oblivion”. Ya para “Captain Love”, la cosa empezaba a tomar forma, la tamaña voz y guitarra de Kotzen a oírse perfectamente, y al poco tiempo el bajo inexistente de Sheehan (una absoluta calamidad, si se hacen una idea de quien estamos hablando) comenzó a retumbar como correspondía. Punto para todos aquellos involucrados que trabajan bien y que hacen que nuestra experiencia valga la pena.
El show mantuvo un estándar de calidad esperable, y cada músico tuvo su momento de gloria, apoyado o no por los otros. Portnoy hacía de las suyas tras la batería, apoyaba con coros cuando deseaba haciendo uso de un micrófono para tal fin y que luego corría de un palazo cada vez que no necesitaba más, siempre apoyado por un técnico que se mantuvo firme a su lado durante todo el show. También fue el encargado de dirigirse brevemente al público, saludar y hasta mandonear un poco. Así fue que para “Empire”, pidió que la gente aplaudiese al escuchar el “cowbell”. En un momento determinado, se bajó de la batería con los palillos aun en mano para hacer percusión con absolutamente todo lo que tenía a su alcance, sea pie de micrófono, el borde del escenario, la valla y hasta el propio bajo de Sheehan. Un showman hasta la muerte.
“Hola Buenos Aires, son tan lindos como los recordábamos”, Mike Portnoy
El guitarrista y cantante, Richie Kotzen, que ahora lleva un look que lo hace parecer el hermano perdido de Chris Cornell, tuvo sus momentos de lujo, al hacer solos extendidos de guitarra, hacerse de una acústica para interpretar “Fire” solito bajo el reflector, o hacerse cargo de un teclado que tenía cerca para liderar al comienzo de “Think It Over”.
Billy Sheehan fue genio y figura de la noche también, haciendo gala de la velocidad con la que toca, pero demostrando una técnica particularmente brutal a la hora de encarar un tan extenso solo de bajo que está directamente catalogado como una canción aparte dentro de la lista de temas. Hace tapping con ambas manos sobre el diapasón, recorre todas las notas que el instrumento puede generar en todos los órdenes posibles y a toda velocidad, colabora con las voces en momentos claves y hasta llegó a poner el bajo cerca de la gente que tenía a mano para que colaborasen.
Otra vez, como el vino, estos que antes eran The Winery Pups (cachorros) ahora ya habían evolucionado a The Winery Dogs al completo, como el mismo Portnoy supo enunciar en un momento del show. Si la unión hace la fuerza, esta fue definitivamente la mejor forma de demostrarlo.