En el marco del Festival "Sounds of Iceland in Buenos Aires" los Islandeses dieron un show inolvidable. Tito Fargo Dub Station fue de la partida. Este fue el resultado.
En el marco del Festival "Sounds of Iceland in Buenos Aires" los Islandeses dieron un show inolvidable. Tito Fargo Dub Station fue de la partida. Este fue el resultado.
Desde varios puntos de vista se puede decir que Sólstafir es un bicho raro. Son islandeses (un lugar con nulas referencias respecto a la música pesada), transformaron su sonido radicalmente (arrancaron con una propuesta ligada a la música extrema y fueron mutando su sonido a otros universos musicales) y cantan la mayor cantidad de sus canciones en su idioma nativo (extremadamente complejo y poco identificable a nivel global). Tal vez para el lector no acostumbrado a bucear por las profundidades experimentales de la música pesada, concurrir a un show así, sea un delirio. Lo cierto es que a la hora de que Tito Fargo (el legendario ex guitarrista de Sumo y Los Redondos, actual Gran Martell y Ararat entre otros) subiera al escenario con su formato denominado Dub Station, Niceto tenía una cantidad de gente como para generar un ambiente íntimo y confortable algo que no cambiaría en cuanto a cantidad pero si en efervescencia a lo largo de la noche. Sin, a priori, tener mucho en común con los Islandeses Tito mostró su faceta experimental en donde imaginariamente propone una batalla entre lo analógico y digital. El resultado es una música climática y llena de texturas donde los imprevisible es parte de la ejecución. La sensación fue que cada uno de este tipo de presentaciones que propone Tito es única e irrepetible. Gran introducción para lo que vendría después. Grata sorpresa.
Grata sorpresa
Si tuviéramos que definir el show de Sólstafir con dos palabras, sin lugar a dudas estas deben ser intensidad y emoción. Varios suponíamos que su música, sostenida en capas y capas de sonidos y riffs podría tomar fuerza en vivo, lo que nadie seguramente imaginó fue el nivel de entrega y de concentración que tendrían los islandeses a la hora de poner en práctica su propuesta. Desde el inicio con “Silfur-Refur” previo una introducción grabada “Náttfari”, la sensación fue que el objetivo desde el escenario era transportarnos a todos con con su música. Entonces si uno dejaba volar la imaginación no era muy difícil imaginarse esos paisajes intensos, infinitos y helados que caracterizan a Islandia. De esta manera a lo largo de la noche, nos fuimos encontrando con una diversidad de climas, horizontes y estados tan atrayentes como movilizantes. Tanto desde las guitarras, llevando la distorsión al limite como desde la percusión, generando patrones rítmicos casi mántricos, cada canción fue una verdadera explosión sonora en donde cada uno de los integrantes se dejó llevar sin límite hacia los distintos estados musicales contagiando rápidamente a cada uno de los que estaba en Niceto.
Uno de los grandes responsables de que esto haya sucedido fue el cantante y guitarrista Aðalbjörn "Addi" Tryggvason, quien literalmente fue un espectáculo en sí mismo. Si bien cada quien aportó lo suyo para que todo sucediera (al punto que uno podía quedarse varios minutos mirando y escuchando la hipnótica presencia de Svavar "Svabbi" Austmann en el bajo, prestando atención a las oscuras melodías ejecutadas Sæþór Maríus "Pjúddi" Sæþórsson en la guitarra o admirando el groove y el golpe justo de Hallgrímur Jón "Grimsi" Hallgrímsson en la batería) lo del cantante por momentos estuvo cerca de una experiencia psicodélica. Casi siempre mirando el horizonte, comenzó el show concentrado en tocar y se fue soltando hasta llegar a arrojarse al público sin temor. Si bien es sabido que la banda se siente cómoda con la idea de desatar verdaderas tormentas de sonido, la interacción entre estos momentos de furia y los momento de placidez fue tan bien manejada por el cantante, que fue imposible no caer frente a su embrujo.
En este contexto el grupo fue capaz de ir construyendo sus paisajes sonoros, abriendo caminos hacia distintos géneros musicales. A veces fueron progresivos, como por ejemplo en el doblete “Náttmál” y “Djákninn”, otras veces se internaron en oscuros mares lisérgicos, en donde brilló la genial “Ótta”, hubo algo de doom en canciones como “She Destroys Again” e incluso fueron invadidos en el coro de la gente para potenciar la belleza de la hermosísima “Fjara”. Lo cierto es que cada momento tuvo su brillo principalmente porque las canciones de Sólstafir poseen un gancho difícil de explicar (incluso utilizando los teclados pre grabados como una interesante manera de potenciar vitrtudes). Tal vez por eso el final con “Goddess of the Ages” dejó a todos con la sensación de que la tormenta islandensa, había arrasado con furia y belleza todo a su paso. Gran show de una banda verdaderamente inclasificable. Ojalá vuelvan.