Eran las ocho menos cuarto, atrás quedaba la calle de un domingo normal. Atravesando las puertas negras que separaban la misma rutina de siempre, de algo casual. El escenario de pronto se abrió. ¿Recuerdan aquella luz brillante de la que les hablé? Roja y abrumadora, era sin saberlo, una señal de lo que iba a pasar aquella noche. Encapuchados los guardianes de Wisdom aparecieron de espaldas, y nos envolvió un aquejado sonido antiguo, como si de un templo se tratase. Lo casual se volvió el inicio del viaje, pagando el peaje a los demonios que nos abrirían el portal con el simple hecho de dejarse llevar. Profundo, contundente y oscuro, pero onírico sin lugar a dudas. Una hora después, caímos en un estado más calmo, pero no demasiado, a través de Alma Matter. Una increíble voz nos adentraba por un sendero, en apariencia afable y que sin embargo guardaba en ella toda una sombría Mágica perdición oculta (parte de su repertorio de este último trabajo de estudio). Así es como sin saberlo ya estábamos en un mundo totalmente ajeno.
Silencio espectral, los relojes ya no marcaban la hora, debían ser casi las diez. La última parada estaba por iniciarse y el calor de la gente que se había ido sumando paulatinamente, se convertía en humo. Máscaras, antiparras, túnicas cobraron vida en un instante en el que todo se volvió borroso. Apareció entre todo aquello, el gran Anfitrión y Kinetic (The Sham Mirrors, 2002) fue la primera canción que empezó a emerger de la oscuridad. Cada anormalidad en los sonidos efectivamente ejecutados se debía a una función meramente dramática y de impacto psicológico para el espectador. Como en el siguiente tema Nightmare Heaven (The Sham Mirrors, 2002), en el que la simpleza del sintetizador y la guitarra por momentos adquirían una impresión de ilusión sensorial: caían, retomaban su impulso, volvían a caer hasta que uno se sentía parte de una película expresionista alemana. En Alone (La Masquerade Infernale, 1997), la voz de ICS, la articulación de sus manos, los gestos de su sonrisa sarcástica, daban la idea de estar en el circo más narcótico del caos. Ya para The Chaos Path (La Masquerade Infernale, 1997), donde la gente más enloqueció, la desfiguración espacio-temporal se envolvía en un gran torbellino de sentidos audiovisuales, y era perfecto. Game Over (Arcturian, 2015) tomó toda la fuerza con la imponente guitarra Knut, quien siempre mostraba una sonrisa calma, contraste efectivo. Para entonces ya habían tocado once canciones, una tras otra, con alguna que otra presentación en el medio a través de un inglés poco entendible, pero que dejaba en claro lo relajados que estaban. Las cinco canciones que enmarcaron el cierre de aquella noche, estuvo liderada por el disco de estudio editado en 1996, Aspera Hiems Symfonia, lo que le dio un final mucho más feroz y diez veces mucho más rápido. Tan rápido como la caída en picada de un avión a punto de estrellarse.
Once y cuarto, con los oídos que lejos estaban de oír, la show terminaba en un sueño surrealista. Antes de retirarse, Arcturus dio a conocer la noticia de estar trabajando en un nuevo proyecto y en un futuro tour, que los traerá nuevamente a Sudamérica. Razón por la que aconsejo ir a verlos, si esta vez te lo perdiste.