Es cierto que para aquellos que conocen el estilo y que vienen entrenando la escucha del género desde hace varios años, la interacción entre la guitarra de Christian Peters, el bajo de Hans Eiselt y la batería Thomas Vedder puede resultar previsible. La realidad es que tal vez lo sea, por lo que el gran desafío a lo largo de la noche fue el salirse de los cánones establecidos de un estilo en el que el culto al riff y a las afinaciones bajas parece ser la manera elegida para construir las canciones.
En este sentido el involuntario cambio de The Roxy por Lucille (clausura del gobierno local de por medio) tuvo un efecto positivo en el caudal sonoro de los germanos. Un techo alto, un local algo más grande que el de Niceto Vega y una muy buena acústica permitieron que desde el comienzo con un conjunto de canciones entre las que brilló “Vipassana”, un sonido fuerte y claro envolviera a los presentes. De alguna manera la idea de envolver sonoramente a los asistentes es lo que mejor define a los Samsara. Con casi nula comunicación con el público e incluso mirándose entre ellos mientras ejecutaron algunas canciones, cada quien propuso desde el escenario un camino instrospectivo. Christians Peters se erigió desde el principio como una especie de líder espiritual para emprender el camino musical. Todo lo que sucedió a lo largo del set tuvo que ver con lo que propuso su guitarra y en algunos casos los synths. Es claro también que es quien, de alguna manera no estipulada, da directivas para zapar sobre las canciones. Su manera de tocar se basa en la creación de texturas, densas, pesadas, melódicas, bluseras, oníricas, volátiles generando que las canciones vuelen hacia lugares que a priori parecen contradictorios pero que en la escucha en vivo cobran sentido. El contraste entre su desempeño instrumental y su aporte vocal fue evidente. Si mencionamos que desde lo instrumental es quien marca en el camino, cuando se lo escucha cantar la incomodidad ser percibe en el ambiente, lo que explica porque el show tuvo largos pasajes sin presencia de voces. Sin opacar el show, porque incluso la mezcla en vivo propuso que la potencia de la música se ubique por sobre las vocalizaciones, la potencia del trío fue cuando no estuvieron las palabras, algo que da la pauta de cuál es la perspectiva compositiva de los alemanes.

Los casos de Hans Eiselt y Thomas Vedder también tuvieron sus contrastes. El primero fue una pieza fundamental para que las canciones se sostuvieran a lo largo de la noche. Su bajo distorsionado, de sonido gordo, melódico y pesado permitió que cada sonoridad generada desde la guitarra pudiera brillar con soltura. De alguna manera fue el encargado de brindar los cimientos para que las canciones se fueran construyendo con la paciencia propia de los artesanos. El segundo tal vez sea el aspecto más flojo de la banda. Dentro de un estilo donde los bateristas suelen tener un golpe rockero pero dinámico (podríamos pensar en Walter Broide como el punto más alto en esto que decimos) su desempeño fue extrañamente simple y conservador al punto de que uno podría pensar que su lugar en el trío es permitir el lucimiento de sus compañeros. Una decisión polémica pero que en vivo fue una manera de potenciar los aspectos rifferos de las canciones.

Sobre el final del show, en un set que jamás bajó de intensidad, no casualmente dos canciones fueron las que dieron la pauta de esto que hablamos. “One With The Universe”, una canción hipnótica, con algunas citas blusera y un riff serpenteante se hermanó rápidamente por la pesadez y la contundencia de la impecable “Army Of Ignorance” generando un frenesí de riff y distorsión psicodélica. Fin de show y aplauso de los presentes. Fin de viaje para quien aman el desierto denso, pesado y psicodélico.
